lunes, 27 de enero de 2014

El coño de una cualquiera

Hace un tiempo leí lo que escribió una chica cualquiera, Diana López Varela, en su blog. Títulaba su escrito: Mi coño. En él trataba de justificar el aborto, situando un supuesto derecho a decidir de la mujer como principio sagrado y supremo. El texto en sí era un revoltijo vulgar, impúdico e infame. Mezclaba demasiadas cosas, hacía propaganda feminista descarada y teñía sus palabras de demagogia sucia y dañina. La joven parecía indignada. Sus palabras exudaban veneno. ¡Quería hacernos creer que ella, y otras como ella, tienen derecho real a matar a alguien! Por supuesto, se cuidó de hacer público que era una chica muy responsable y que por ello debía tener la última palabra sobre lo que concernía a su coño. Reclamaba que nadie le dijera qué hacer con él, es decir, cómo usar su coño, puesto que era suyo y no de otro. Y aquí sí tenía razón. Pero las conclusiones que sacaba a partir de estas razones la convertían en una pobre desgraciada (que provoca desgracias, puesto que su iracunda exposición y defensa de sus «derechos» a mí especialmente no me inspiraron ninguna compasión).

¿Cuáles eran entonces esas conclusiones? Diana López Varela afirmaba que, al ser su coño suyo y no de otro, a nadie más que a ella le correspondía tener la última palabra sobre qué hacer con un hijo no deseado. Gestado, claro, a partir de lo que había hecho libre y «responsablemente» con su coño. Pues bien, esto es lo que hace la ignorancia y las malas ideas. Esparcir el error y, engañada ella, engañar al mundo.

Diana confundía interesadamente o no —según el grado de consciencia e inteligencia que cada uno le quiera otorgar— cosas totalmente distintas. La cuestión no es si Diana puede o no meterse en su coño un hierro al rojo vivo, un pepino o un micrófono de Telecinco. El asunto de fondo no es ése. La cuestión es que por un don de la naturaleza toda hembra (humana o animal, al menos en el reino de los mamíferos, que es el nuestro) puede albergar vida en su seno. Vida en ella pero independiente de ella. Es decir, la mujer es capaz de gestar, tras haber sido fecundada por un varón, una vida ajena a sí misma. Un tercero. ¿En que «derecho» puede escudarse Diana López Varela para decidir sobre la vida de otro? ¿Cómo se atreve una sola mujer a insinuar que puede decidir la suerte del hijo que germina en su vientre? La vida que toda mujer embarazada lleva dentro de sí, sea o no buscada, es desde el momento de la concepción una vida propia, única e irrepetible. Por lo tanto, arrancarla del vientre materno es quitar una vida. Nos guste más o menos, tradicionalmente a esto se le ha llamado matar.

Así pues, me pregunto, ¿cuándo deshacerse de alguien es un derecho? ¿Cómo es posible que matar conscientemente, aunque mirando para otro sitio, sea una opción legítima de la mujer? ¿Cuándo matar está bien y velar por una vida está mal? Sin embargo, a pesar de que en cabeza sana no entran las reivindicaciones de esta chica, en la actualidad se pueden ver hordas fanáticas defendiendo en el fondo el derecho a matar. La multitud de comentarios que en este sentido aparecían bajo el escrito de Diana demuestran lo dicho. Y entonces me pregunto lo siguiente. ¿Qué ocurriría si los encendidos comentaristas del escrito de Diana, en defensa del coño de la misma, desearan tener con todas sus fuerzas un hijo con su pareja y no pudieran porque la mujer abortase sistemáticamente? ¿Lo verían como un alivio, o como una desgracia? ¿Sólo es legítimo aquello que nos apetece que nos pase? ¿Sólo es una desgracia el aborto cuando a una pareja le apetece tener un niño pero no pueden, y no cuando no lo desean y les viene? A mí sólo me viene a la mente una expresión para describir a todos ellos: Mal-na-ci-dos.


Porque abortar es cercenar una vida. Más o menos desarrollada, más o menos consciente, más o menos soberana de sus actos. Pues no hay diferencia sustancial entre un bebé de cinco meses que está formándose en el vientre de su madre pero que por voluntad de ésta entra en su coño un carnicero con instrumental quirúrgico para hacerlo trizas y arrancarlo de la matriz materna, y otro de diez meses que ya ha visto la luz y al que su madre, al margen de los motivos que hayan llevado a ésta a tomar semejante decisión, degüella. No hay diferencia sustancial. Ambos actos son un crimen, y no un supuesto derecho de la mujer. Los abortos se practican a diario en todo el mundo «civilizado», no hace falta documentar nada. Y el segundo caso citado antes hace referencia a un suceso real ocurrido este mismo mes de enero de 2014 en la población de Torrevieja (España). Desde luego coger un cuchillo y cortar el cuello de tu hijo exige más coraje que dejar en manos de otro hacer esto mismo. Parece más aséptico, pero en el fondo es lo mismo. Ambas criaturas necesitan de los cuidados de otros para salir adelante hasta que puedan valerse por sí mismos, la diferencia es que uno había visto la luz hacía poco y el otro aún no.

En fin, todavía, que yo sepa, no son sinónimos puta y homicida. Aunque algunas mujeres se esfuerzan a diario por acercar las diferencias. Y lo más grave es que no se arrepienten, sino que se engrandecen por haber conseguido lo que a sus ojos es un logro social, un supuesto derecho, la impunidad de matar.

Pero «¡ay de aquellos que llaman bien al mal y mal al bien; que cambian las tinieblas en luz y la luz en tinieblas; que dan lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!» (Isaías 5, 20). Desgraciadamente este mundo bárbaro al que pertenecemos hoy ha sido corrompido como anunció Isaías, Daniel o el propio San Juan, conforme a un plan maligno que hace la guerra a Dios y trata de ocupar su lugar. No son pocos los hombres y mujeres que están haciéndolo real.



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