Hace meses, una seudo-médica en ciernes, amiga de mi hermana, discutió con ésta porque mi hermana se atrevió a comentar en público (entre amigos, vamos) que abortar era quitar una vida. Su comentario abrió la caja de Pandora y la muchacha se puso hecha una fiera. «Tú que sabrás si no has estudiado medicina», le dijo. «Eso» que hay al principio en el vientre de la madre «no es nada». Estudiante de medicina sí sería, pero energúmena también, y falta de seso o mollera sin ninguna duda. Descendiendo a los méritos, o a la autoridad legítima para hablar de estos temas, si alguien no sabía de lo que hablaba era ella. Son miles los médicos en todo el mundo que están contra el aborto, y es la ciencia misma la que sentencia que hay vida desde el mismo instante de la concepción, es decir, cuando un espermatozoide fecunda un óvulo y el nuevo ser gestado, único e irrepetible, es configurado a partir de la mitad de cromosomas del padre y la otra mitad de la madre. Otra cuestión distinta es el valor que cada uno dé a la vida recién concebida, pero eso no modifica la realidad última: si cortas el desarrollo de una vida estás matando.
Hace falta mucha cara dura, y muy poca decencia, para justificar lo injustificable, y ampararse en las excusas más peregrinas y perversas que puedan imaginarse para justificar nuestras decisiones equivocadas y la defensa cerrada de nuestras ideas malignas. Pues si «eso» que hay en el vientre fecundado de una madre no fuera nada, sólo habría que esperar nueve meses para comprobar si lo que nacerá es un carnero, una flor de loto o un pez espada. Es tan ridículo como triste.
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Más que mil palabras
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Jordi, que no conoce a su madre biológica, da las gracias por no haber sido abortado. Este vídeo es una razón definitiva para defender la vida.