lunes, 24 de febrero de 2014

La apostasía general: Los días previos al Anticristo


En los Evangelios vemos constantemente a Jesús invitándonos a interpretar o discernir los oscuros misterios que entraña la guerra espiritual en la que se halla envuelta la creación entera. Una y otra vez insiste en que juzguemos los signos presentes para prevenir y resistir las astucias del maligno. Entre sus enseñanzas, en las que solía incluir exhortaciones a la vigilancia, se encuentra una especialmente dura, que choca frontalmente con la obstinación del hombre y su habitual ceguera: «Cuando veis levantarse una nube por poniente, decís: Va a llover, y así es. Y cuando sentís soplar el viento del sur, decís: Va a hacer calor, y así sucede. ¡Hipócritas!, sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿y cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?» (Lucas 12, 54-56). 

Cuentan los Evangelios que saliendo Jesús del templo se le acercaron unos discípulos para enseñarle las obras del templo. Estos, maravillados por la construcción, quisieron compartir su gozo con su maestro. Pero éste, siempre un paso por delante de ellos, les aseguró que de esas piedras no quedaría piedra sobre piedra, pues todo sería destruido. Preocupados los discípulos por las palabras del mesías, cuando lo encontraron de nuevo sentado en el monte de los Olivos, le preguntaron a solas: «Dinos, ¿cuándo sucederá eso y cuál será la señal de tu venida y del fin del mundo?». (Mt 24, 3). Aquellos hombres, que no tenían un pelo de tontos, entendieron perfectamente a qué se había referido su Señor con aquellas palabras. La respuesta que les ofreció Jesús los dejaría impertérritos: 

«Mirad que nadie os engañe. Muchos vendrán en mi nombre diciendo: Yo soy el mesías, y engañarán a muchos. Cuando oigáis hablar de guerras y noticias de batallas, no os alarméis, porque es necesario que todo eso ocurra; pero todavía no será el fin. Se levantarán pueblos contra pueblos y reinos contra reinos; habrá hambre y terremotos en diversos lugares. Eso será sólo el comienzo de los dolores. Entonces os entregarán a la tortura y a la muerte. Por mi causa os odiarán todos los pueblos. Muchos se escandalizarán, se traicionarán y odiarán unos a otros. Surgirán muchos falsos profetas y engañarán a muchos. El exceso de la maldad enfriará la caridad de mucha gente, pero el que persevere hasta el fin se salvará. Este evangelio del reino se predicará en el mundo entero en testimonio para todas las naciones, y luego vendrá el fin (...) En aquellos días, después de esta angustia, el sol se oscurecerá, la luna no alumbrará, las estrellas caerán del cielo y las columnas del cielo se tambalearán. Entonces aparecerá en el cielo la señal del hijo del hombre; todas las tribus de la tierra se golpearán el pecho y verán venir al hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad. Y mandará a sus ángeles con potentes trompetas, y reunirán de los cuatro vientos a los elegidos desde uno a otro extremo del mundo. Aprended del ejemplo de la higuera. Cuando sus ramas se ponen tiernas y echan hojas, conocéis que el verano se acerca. Así también vosotros, cuando veáis todo esto, sabed que él ya está cerca, a las puertas» (Cf. Mateo 24). Pero para no alarmar en exceso a los oyentes, dándoles a entender que los acontecimientos que estaba anunciando eran inminentes, les advirtió que aquel día y aquella hora nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el hijo, sino sólo el Padre. 

Por eso, una vez más, Pablo apuntala las palabras de Jesús y recuerda a los hermanos de la iglesia de Tesalónica que antes de la venida de nuestro Señor Jesucristo y nuestra reunión con él, «ha de venir la apostasía y ha de aparecer el hombre de la iniquidad, el destinado a la perdición, el adversario» (2 Tes 2, 3). 


¿Qué es por tanto la apostasía a la que se refiere San Pablo? La apostasía será una crisis espiritual sin precedentes, la pérdida global de la fe, el abandono de las creencias en las que uno ha sido educado, y más exactamente, negar la fe de Jesucristo recibida en el bautismo. Hasta el punto que el propio Cristo llega a preguntarse si cuando venga por última vez encontrará fe en la tierra (Lc 18, 8). 


Algo muy importante a tener en cuenta, y que posiblemente haya pasado desapercibido en las líneas anteriores, es que Cristo vaticinó que los días descritos se darían cuando el Evangelio hubiera sido predicado en el mundo entero para testimonio de las naciones. Y, como es evidente, ninguna otra época ha disfrutado de las comunicaciones globales que han permitido el desarrollo de las telecomunicaciones e Internet. Hoy el Evangelio ha sido transmitido ya a la totalidad del planeta, y sólo grupos indígenas muy marginales puede que todavía no conozcan el nombre de Jesucristo. 


En cualquier caso, también es evidente que la fe cristiana, actualmente, se desmorona y sobrevive hecha jirones en las sociedades occidentales. La doctrina evangélica se ha desvirtuado tanto que ni siquiera los cristianos vivimos de acuerdo con el mensaje del Dios que confesamos, pues amamos el mundo y sus cosas y participamos activamente en ellas. Por tanto, la reserva de Cristo por la fe que encontraría a su vuelta es justificada. ¡Cómo no iba a serlo! Ahora bien, esta relajación, cuando no abierto rechazo, de la moral y la doctrina católicas obedece a fuerzas que pretenden tumbarlas, y con ellas a Cristo y todo lo que él representa. La embestida que está sufriendo el pueblo de Dios, cada vez más intensa, puede contemplarse en ideas vigentes muy poderosas, que contradicen directamente las enseñanzas de Cristo, como son por ejemplo las acometidas a la familia tradicional: aborto, homosexualidad, feminismo, promiscuidad sexual, etc. Pero las agresiones parten de muchísimos más frentes, y se someten a un plan maestro, o al menos eso es lo que yo barrunto. Y precisamente una prueba de la actividad del enemigo es la rampante cristianofobia.


Pues bien, todos y cada uno de estos ataques a la Iglesia (que es el conjunto de fieles de Cristo) están dirigidos por una inteligencia maléfica, el diablo, que a su vez maneja múltiples títeres de carne y hueso para lograr sus fines. De esta manera, las obras visibles que el diablo realiza a partir de sus esclavos revelan la existencia de una religión oculta. Una religión oculta perfectamente identificable, tanto como los cuadros de un artista pueden ser reconocidos a partir de su firma. Así pues, las obras del diablo pueden ser distinguidas, pues donde se ve humo, hay un fuego. 


Dicho lo cual, la principal institución enemiga de Cristo y los suyos es la Masonería. De esta secta, y también de otras corrientes anticristianas actuales, hablaré en este espacio. Pues sin remitir a ellas no puede comprenderse la historia contemporánea, ni el enloquecido mundo en el que nos encontramos.